lunes, 3 de abril de 2017

Preadolescencia: ¿qué esperar y como actuar?


La etapa de la preadolescencia se ha situado en torno a los 10-12 años. Suele aparecer ligeramente antes en niñas que en niños, aunque depende de cada uno puede aparecer antes o después sin que esto suponga un problema grave. Acompañada de grandes cambios físicos y emocionales, la preadolescencia supone un proceso de adaptación para el niño… Y para la familia. El funcionamiento del núcleo familiar va a tener que realizar ciertas modificaciones para re-adaptarse a los nuevos patrones relacionales con el niño o niña, que va camino ya a convertirse en adolescente. Puede parecer obvio en ocasiones, ya que es un momento evolutivo por el que todo adulto ha pasado, pero… ¿sabemos que podemos esperar en este momento?

En la preadolescencia los niños no son tan niños, pero tampoco son adolescentes. Durante esta etapa, comienzan a darse los cambios físicos característicos de la pubertad, que vienen de la mano de cambios emocionales. Aparecerán importantes fluctuaciones en el estado de ánimo. Además, durante esta etapa los niños comienzan a desarrollar en mayor medida su sentido de identidad. Buscan mayor independencia, tanto comportamental como emocional, de manera que se van erigiendo a sí mismos.

Hasta ahora, estos niños y niñas acudían a la familia para todo. En el pasado padres y madres tenían una gran influencia, siendo vistos casi como unos “superhéroes” que todo saben y solucionan. En cambio, inmersos en este proceso de búsqueda de autonomía, independencia e identidad, focalizan su atención hacia su círculo social de iguales a la hora de buscar apoyo, opinión o consejo.  Comienzan a desapegarse, lo que a muchos padres y madres puede generarles un gran impacto emocional en primera instancia: ¿será que ya no me quiere como antes? ¿Por qué está tan insolente? ¿Ya no me respeta? ¿Va a ser ahora siempre así?

¿Qué esperar de esta etapa?
Como se comenta anteriormente, es una etapa de cambios. Es una etapa de experimentación autónoma de quiénes son y que les gusta. De búsqueda de interacciones sociales fuera del círculo familiar. Esta etapa supone nuevos retos y actividades. Como añadido, aparecen conductas por las que parecen que el niño o niña “rechaza” las muestras de afecto o de interacción de los padres. No es raro encontrarse con un gran número de familias, que afirma que su hijo o hija “se avergüenza cuando muestra afecto en público” o “nos llama pesados/as” a todas horas. Cuando ocurre esto, en muchas ocasiones se puede interpretar como desprecio, como si ya no quisieran o valorasen nuestro apoyo o afecto. No obstante esto no es así. Solo ocurre que las situaciones en las que mostrarlo y como mostrarlo van a cambiar. La búsqueda de independencia hará que quieran dar una imagen para incluirse en un círculo social y tenemos que aprender a adaptar el comportamiento externo a la nueva situación.

En esta etapa surge además una “necesidad” de diferenciarse de los padres y madres. De ahí que comiencen, como describen muchas familias, las peleas,  las desobediencias (¡más!), los retos… que vendrán de la mano de ese querer tomar distancia. En muchas ocasiones, las familias se lo pueden tomar como algo personal: “lo hace para fastidiarme”. Y en parte podría ser. Pero en la mayor parte de ocasiones es algo normativo y la importancia de saber manejarlo será esencial en el paso a la adolescencia: gestionar manteniendo límites, sin negar la posibilidad de negociar en lo que sea negociable.

Otro elemento a tener en cuenta y al que prestar especial atención es que durante la preadolescencia pueden empezar a aparecer conductas de riesgo. La exploración de la identidad, el deseo de “sentirse adultos”, la experimentación con sustancias como el tabaco o el alcohol y la exploración de la sexualidad pueden comenzar ya en este momento (aunque se dan más habitualmente durante la adolescencia). En este sentido, la mejor opción será siempre la información y la apertura al diálogo con los niños, aunque en ocasiones pueda costarnos.

Por lo expuesto, se puede ver claramente que se trata de una época en la que, de golpe, empiezan a darse muchos cambios y en la que tenemos que estar ahí, desde una distancia ligeramente ampliada a como estábamos antes. Las familias tienen que aprender a hacer una tarea complicada al principio pero que luego se va tornando más sencilla: acompañar, apoyar y acompasar a sus hijos en este proceso desde una distancia algo mayor a la habitual, que les permita el fomento y desarrollo de su autonomía e independencia.
Para ello, dos puntos serán esenciales: Fomentar una relación positiva y educar con límites, sin negar las opciones a negociar lo negociable. A continuación os contamos un poco como hacerlo.

Qué hacer en nuestro día a día de la  preadolescencia en adelante
Cada vez más y a medida que entran en la adolescencia, habrá que negociar condiciones, habrá que adaptarse y en más de una ocasión los padres y madres serán los “malos de la película”. Para superar con éxito esta fase, la idea esencial es mantener los límites que hagan falta: pero fomentar las buenas relaciones familiares, adaptadas al nuevo funcionamiento del núcleo en el hogar.
Está claro que la adaptación a esta fase va a suponer todo un reto. Para las familias es un proceso de adaptación en el que pueden aparecer miedos, inseguridades… tristeza porque ya no son pequeños… Pero también orgullo, emoción… Tendremos que aprender a gestionar todo eso además de enseñarles a ellos y ellas a gestionarse a sí mismos.

¿Cómo lo hacemos?

Mostrando afecto y cariño: que se desapeguen más durante esta fase no quiere decir que no deseen ni aprecien muestras de afecto. Solo que tendremos que aprender a hacerlas de manera diferente. Igual ya no le apetece que, delante de sus amigos o amigas, le achuchemos y le digamos cuanto le queremos. Según que conductas de afecto, tendremos que moderarlas al contexto de intimidad de casa. Pero incluso, en público se puede mostrar el afecto de maneras más sutiles para que perciba el apoyo. Una simple sonrisa, por ejemplo, hará una importante función.

Fomentando la vida en familia: acciones tan sencillas como, en la medida de lo posible, sentarnos todos juntos a comer. Es probable que con el ritmo de vida que llevamos, para  muchas familias sea complicado… pero si se puede, sentarse todos juntos a comer, sin televisión y disfrutando de una conversación conjunta favorecerá el mantenimiento de lazos familiares y afectivos positivos. De esta manera, mantenemos el clima familiar idóneo sin tener que sacrificar poner límites cuando sea necesario.

Compartiendo momentos cotidianos: Compartir pequeños momentos como estar relajados en el sofá con una conversación agradable, cocinar un postre… Serán momentos ideales. También puede ser ver una película o una serie que os guste a ambos. Aunque mi recomendación aquí, sería compartir cosas que no impliquen audiovisual. Ya estamos rodeados y absorbidos a todas horas por las nuevas tecnologías…

Creando momentos familiares: Generad vuestras propias tradiciones, vuestros propios momentos… Si hay una buena noticia, si ocurre algo positivo, aprovechad para celebrarlo y/o darle la importancia que se merece y queráis darle.

Interesándonos por sus intereses y compartiéndolos: En esta época explorarán diferentes hobbies, experiencias… van a ver qué les gusta y qué no. Intenta buscar algo en común o si no interésate por eso que le gusta (¡genuinamente!). Es probable que en muchas ocasiones, intereses que tengan nos pillen un poco “fuera de juego” (no son los mismos intereses los que puedan tener los niños nacidos en plena era tecnológica, que los que podríamos tener nosotros) y sea complicado. Pero aún así, será necesario encontrar la manera de mostrar ese interés…
Aquí también me gustaría hacer un inciso y es que habrá que elegir también los momentos. Elegir un momento en el que el niño o niña está comunicativo. Si intentamos preguntarle sobre lo que hace cuando está absorto/a en una actividad, o tiene pocas ganas de hablar, fácilmente recibiremos ese temible “eres un/a pesado/a”. Cuando mostramos interés y curiosidad cuando quieren contarnos algo, o cuando iniciamos la conversación y vemos que están comunicativos, se sienten escuchados, comprendidos y valorados.

Dejándoles fracasar y tener éxito por si mismos/as: no necesitan ya una vigilancia constante, pero cuesta romper el hábito de protegerles siempre. Habrá que comenzar a dar espacio para que prueben cosas, dejarlos ir… y que aprendan a valerse por sí mismos cuando estén solos. Cosas tan sencillas como que se hagan ese corte de pelo tan horrible, que luego les parece un desastre… Siempre habrá que tener en cuenta que límites no son traspasables. Pero habrá que permitir que vivan, hagan, comentan y aprendan de errores que no supongan consecuencias graves. Y estar ahí para apoyarlos en el momento de realización del error.

¿Y la educación, los límites?
A pesar de aprender a dar cierto espacio no debemos olvidar que la familia es pilar clave en la educación y que siguen siendo niños. Los límites y las normas van a tener un papel importantísimo y, aunque ahora algunas cosas se “negocien”, habrá límites que no serán traspasables. Por ello, en esta etapa es importante que aprendas a diferenciar lo que de verdad importa de lo que no, dándole la libertad que necesita y siendo flexible y tolerante con ciertas cosas que igual no compartes. Pero sin flaquear en lo importante. Además, esta “flexibilidad” debería ser gradual y adaptarse al momento evolutivo del niño. No vas a “negociar” de igual manera con un preadolescente de 12 años, que con el mismo cuando entre ya a la adolescencia.

En los casos en los que negocies, puede que tengas que adoptar más el papel de fuente de información que de autoridad. Si quiere hacer algo que no te agrada pero no tiene consecuencias severas, infórmale del por qué no te agrada, que inconvenientes tiene y posteriormente le dejas elegir. No podemos controlar todo, por lo que habrá que centrar las energías de prohibiciones y castigos a aquellas situaciones que pueden tener consecuencias graves (durante esta etapa aparecen muchas conductas de riesgo relacionadas con los círculos sociales y tal vez será más importante incidir aquí). 

En esta etapa, con el establecimiento de límites pueden algunos padres y madres verse abrumados por perder el amor de sus hijos. Pero no tiene por qué ocurrir. Establecer límites no quiere decir que no sea con amor. Y si se hacen actividades juntos y se fomentan las relaciones positivas, el afecto y el clima cálido están ahí y no tienen por qué implicar un deterioro en la relación.

Si tenéis niños/as que estén  pasando por esta etapa y necesitáis asesoramiento, no dudéis en poneros en contacto con Martínez Bardají psicología y salud.


Estaremos encantadas de ayudaros.  

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