Miedo, asco, repulsa, indignación, afecto, esperanza, agobio, furia,
aprensión, humillación, confusión, exasperación, desánimo, culpa, alegría, indiferencia,
pesimismo, celos, deseo, decaimiento, euforia, tristeza, melancolía, desazón,
inquietud,…. Éstas son algunas de la multitud de emociones que sentimos a lo
largo, no sólo de nuestra vida, sino que en ocasiones, las sentimos en un solo
día. Ahora bien, ¿cuántas palabras de las mencionadas usamos para nombrar
nuestra emociones?. Normalmente sólo nos referimos a las básicas: tristeza,
alegría, miedo, ira, asco y se nos olvida la enorme cantidad de vocabulario que
tenemos para definir lo que sentimos e incluso no sabemos que eso que sentimos tiene
una palabra “perfecta” para definirlo.
Parece que suspendemos en vocabulario emocional, algo que es
importantísimo para desarrollar nuestra inteligencia emocional. Pero aquí se
nos pueden plantear diferentes preguntas: ¿qué es eso de la inteligencia emocional?,
¿es algo que se desarrolla o se tiene de manera innata?, ¿Quiénes son
inteligentes emocionalmente?. ¿tiene algo que ver con el cociente de
inteligencia?... vamos a intentar responder a estas y otras cuestiones que a
menudo nos hacen tanto pacientes adultos como papás de pacientes infantiles.
El término inteligencia emocional fue usado por Salovey y Mayer en 1990,
haciendo referencia a las cualidades emocionales que pueden tener gran
importancia para conseguir el éxito y entre ellas incluían cualidades como la
empatía, la persistencia, la expresión y comprensión de emociones, la capacidad
de resolver problemas, etc.
Posteriormente, Gardner, en su proyecto Spectrum, crea la teoría de las
Inteligencias Múltiples, en el que critica las teorías clásicas de inteligencia
que se centran en medir las capacidades lógico-matemáticas y lingüísticas y
afirma que el ser humano tiene un gran repertorio de habilidades que deberíamos
identificar a nivel individual para poder fomentar las habilidades naturales de
cada persona. En un principio, habla de siete inteligencias que son naturales
en el ser humano: la lingüística-verbal (expresión verbal), la musical, la lógico-matemática, la espacial
(orientación), la corporal-cinestésica, (deportes, uso de herramientas,..)
la intrapersonal (conocimiento de uno
mismo) y la interpersonal (relación con los demás). Posteriormente incluyó una
octava: la naturalista (estar en armonía con el ambiente). Las inteligencias
intrapersonal e interpersonal, son las que compondrían la inteligencia
emocional.
Esta idea de Gardner, fue retomada por Goleman en su famosísimo libro
“La inteligencia emocional”, que ayudó en gran manera a consolidar las primeras
teorías.
La educación tradicional ha dado gran importancia a los conocimientos
científicos o académicos y normalmente, solemos pensar que un ingeniero, un
médico, un empresario, son personas inteligentes pero no solemos pensar lo mismo de un orfebre que
tiene gran habilidad para trabajar el metal o un deportista de éxito,
simplemente creemos que son habilidades físicas o naturales. Para Gardner, tan
importante o más que resolver un problema matemático o interpretar una
partitura, es saber relacionarse bien con los demás o conocerse bien a sí
mismo, es decir, el éxito de una persona no sólo depende de su rendimiento
académico o profesional, sino que también depende de su inteligencia emocional.
Es más ¿a cuántos de nosotros cuando hablamos de ejecutivos de éxito, se nos
viene a la cabeza una persona estresada, que se enfada en casa por pequeñas
cosas, infeliz y egocéntrica?. O el “cerebrito” del instituto, que siempre saca
sobresalientes pero que se siente aislado porque no sabe relacionarse con sus
compañeros. Puede que sólo sean estereotipos o clichés, pero reflejan una clara
falta de inteligencia emocional.
Algo que ejemplifica perfectamente esta importancia que se le ha dado
tradicionalmente al rendimiento académico, lo podemos observar en un caso que
nos llegó hace un tiempo a nuestra consulta; Juan (nombre ficticio), de 16
años, había sido hasta ese momento un chico alegre y estudioso, que solía sacar
buenas notas. De pronto, en la última
evaluación, sus notas bajaron de manera alarmante y parecía que estaba un poco
tristón. Los padres, preocupados por este bajo rendimiento escolar decidieron
buscar ayuda profesional para intentar salvar el curso. Tras evaluar el caso,
nos dimos cuenta de que Juan había sufrido un desengaño amoroso que hizo que se
desmotivara en relación a los estudios y otras actividades. Pero sus padres
sólo se dieron cuenta de que las notas bajaban, llegando Juan a comentar: “si
no fuera porque ya no apruebo, no se habrían dado ni cuenta de que me pasaba
algo”. Significativo, ¿no?.
¿Qué puede pasar si no educamos la Inteligencia Emocional ?
Las consecuencias son múltiples, y van desde hacer que los niños sean temerosos
y tímidos hasta niños tiranos que no salen del egocentrismo natural de los
primeros años de vida (creen que son el centro de todo lo que les rodea).
Debemos educar de tal manera que los niños reconozcan en sí mismos y en
los demás la multitud de emociones que tiene el ser humano y por supuesto,
tenemos que poner límites, es decir, enseñar al niño qué es lo que puede y no
puede hacer. Pero habrá que tener cuidado, porque si somos demasiado
autoritarios, podemos hacer que el niño sea una persona dependiente e insegura
ya que espera que le digan qué es lo que tiene que hacer.
Otro punto importante en la Inteligencia Emocional
es la empatía que es la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Si el niño
no sabe reconocer, manejar y expresar sus sentimientos, muy difícilmente podrá
entender el punto de vista de los demás, dificultando la comunicación y las
relaciones sociales.
Todo esto va a depender del estilo educacional de los padres, de sus
experiencias de vida, de la personalidad del niño, de los acontecimientos
estresantes que pueda sufrir el niño, pero no debemos olvidar que los padres
deben ser modelos de conducta para los hijos, lo que incluye la inteligencia
emocional. Si nosotros no sabemos identificar nuestras emociones o nos sentimos
frustrados ante pequeñas decepciones, no valoramos nuestros logros o no sabemos
comunicarnos adecuadamente, ¿cómo podemos pretender que los niños lo hagan?.
Así que el primer paso para poder educar estas habilidades en el niño es
educarlas en nosotros mismos.
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