lunes, 14 de noviembre de 2016

Adopción: ¿Qué esperar a nivel afectivo?

Adoptar a un niño o niña suele ser un proceso largo, costoso y frustrante. Pero a la vez, se trata de un proceso vivido con ilusión y expectación, deseando que el nuevo miembro de la casa llegue para darle el cuidado y amor que merece y no ha podido darle su familia biológica. Adoptar a un niño es un acto valiente, ya que la familia no solo debe tener que enfrentarse al proceso de adopción sino a educar a un niño o niña, que si ya es tarea complicada, tendrá unas necesidades afectivas algo diferentes a las de sus iguales. Incluso los niños que son adoptados con menor edad, traen grabados en su cerebro recuerdos que aunque no expresen o recuerden conscientemente calan a nivel emocional. Estos niños no han desarrollado una vinculación adecuada y pueden presentar mayor propensión o riesgo a mostrar características emocionales y del comportamiento. Cuando hablamos del niño adoptado debemos prestar especial atención a esas necesidades afectivas y de vinculación que van a tener diferentes a las de otros niños. Hablamos de pequeños que han podido sufrir mucho hasta que han sido dados en adopción o que han pasado de una familia a otra hasta finalmente llegar a la familia adoptiva. En muchos casos han podido sufrir abusos físicos o por negligencia, lo que habrá dificultado en gran medida que establezcan vínculos afectivos y de apego seguros con su figura de referencia (en este caso, la madre y/o el padre).
La vinculación inicial durante los primeros años de vida se establece a través de la cobertura de las necesidades básicas: alimentación, sueño, cuidados y afecto entre los principales. Si esto se da, el niño o niña comenzará a generar una vinculación positiva. Si no, generará otros patrones de vinculación que son disfuncionales y afectarán en gran medida a cómo se va relacionando con su medio, su familia y otras personas a medida que crece. En los casos de adopciones, por desgracia, no es raro encontrar que durante los primeros años de vida haya habido importantes carencias en estas necesidades básicas. O que algunas hayan estado cubiertas pero no así la de seguridad, ya que ha habido algún tipo de maltrato. De este modo podría aparecer un vínculo evitativo/ansioso: me cuida pero me pega.
Se podría intuir que a medida que el niño va creciendo y viviendo en una situación de inestabilidad, mayor sería el efecto posterior de la vinculación no segura. Cuanto antes se produce la adopción, es más sencillo generar el vínculo con el bebé a través de los cuidados básicos el daño realizado será menor (y por ende menos que reparar a nivel emocional). Cuando son más mayores, la situación afecta en mayor medida al mantenerse durante más tiempo y ser vivido de manera más consciente y dolorosa. A ello se sumaría que el ir cambiando de casa de acogida a casa de acogida, hará que el foco de figura de referencia básica cambie constantemente y no se pueda vincular bien a nadie. No queremos decir que sea determinante 100% para su vida adulta ni que no sea mejor que esté en casa de acogida que en el contexto del que se saca al menor: si no que esa inestabilidad de ir de una casa a otra tiene un importante impacto emocional sobre él o ella que la familia final debe ayudar a encauzar y recoger. Es importante que la familia receptora conozca esto, ya que subraya la importancia de invertir en el establecimiento del vínculo positivo, acompañando al niño en todo el proceso de descubrimiento de la identidad y sin ocultar la condición de adopción.
Estos problemas de vinculación temprana pueden manifestarse en problemas de conducta en los años posteriores. Pueden ser desafiantes, desafiar el amor incondicional de la familia adoptiva, poniéndoles a “prueba”. Ante todo, es importante educar con disciplina pero mostrando amor incondicional. Como con cualquier otro niño – e incluso más. Necesita ver que aunque haga cosas que puedan disgustar, sus padres siempre serán sus padres y le querrán y apoyarán. De lo contrario, se refuerzan sentimientos de rechazo que arrastraría desde su infancia.
Esto afectará directamente también a como se vincula no sólo con el entorno familiar inmediato, sino con el resto de personas. La vinculación afectiva segura y positiva, cuando no se da en los primeros años de vida, afecta de manera importante en una etapa vital para el neurodesarrollo, la atención empática y la identificación y gestión de necesidades emocionales. Lo que implica es que condiciona su manera de sentirse en el mundo, pudiendo interaccionar con el entorno de manera más insegura, acercándose y alejándose, de manera ambivalente. A esto se sumaría que cuando proceden de otras culturas y países, pueden sentirse diferentes o recibir algún tipo de acoso escolar que incrementaría los problemas de vinculación previos.
Si bien se trata de algo serio, todo lo anterior no quiere decir para nada que la familia adoptiva no tenga nada que hacer al respecto ni que no pueda relacionarse de manera positiva con el hijo o hija adoptivos. Solo que deben conocerlo para esforzarse lo necesario en el establecimiento del vínculo paterno-filial, materno-filial, adecuados. Para ello, se trata de mostrar siempre amor incondicional. Un apoyo incondicional en todo. No caer en la permisividad, por supuesto, pero que el niño reciba directamente que no lo vamos a abandonar. Y siempre desde la honestidad y sinceridad: hablamos aquí, entre otras cosas, de la comunicación de la situación de adoptado. Ojo con los engaños acerca de la situación de adopción, una tarea importante es hablar abiertamente sobre ello a medida en que va preguntando. Y ayudarle a integrar el relato de la adopción en su línea de vida: nací en… mis papás no pudieron cuidarme… así que viajé… hasta que conocí a mis papás adoptivos, que estaban esperándome… para quererme incondicionalmente. Ayudarles a que integren en un continuo de su identidad la situación de ser adoptados. Apoyarles y acompañarles en este proceso ayuda también a generar el vínculo positivo. Y actuar sobre la afectividad ayudará a reducir conductas problema…
Para finalizar, si sois unos afortunados padres y/o madres de un niño o niña adoptados, os dejamos algunas indicaciones para favorecer el establecimiento de la afectividad positiva:
  • Dar cariño y cuidado incondicional.
  • Ser un pilar de apoyo y ayuda seguros, acompañándoles en su exploración del mundo. Que perciban que siempre estáis ahí.
  • Ayudarles a superar la desconfianza o el miedo a otros adultos, dejarse cuidar por la familia. O a la contra, educar para que no se acerquen de manera indiscriminada a cualquier persona (dependiendo de si hay excesiva evitación o excesivo acercamiento).
  • Intentar entender su conducta: si se porta mal, intentar comprender por qué. Podría ser por aprendizaje en función de su contexto pre-adoptivo. O por malestar emocional. Sea como sea, comprender por qué actúa como actúa y ayudarle a abordarlo.
  • Se consistente, predecible y repetitivo. Sobre todo si ha habido maltrato son muy sensibles a los cambios y la rutina les dará seguridad para ir construyéndola poco a poco.
  • Escuchar y comunicarse abiertamente.
  • Ayudarles a construir su narración vital, la historia de su vida.
  • Ser paciente en dos aspectos: el progreso del niño y el tuyo propio como madre o padre. Se paciente con el progreso del niño y con el tuyo como madre o padre.
  • Ayudarle a conocer las conductas prosociales y habilidades sociales.
  • Ayudarle a conocer y gestionar sus emociones.
  • Incluir a toda la familia para que se sienta un miembro más, aceptado y de igual valor y derecho. 

Ser padre o madre de un niño o niña adoptados es un reto añadido sobre el que ya supone educar a un niño. Ahora bien, no deja de ser algo posible y altamente satisfactorio. La adopción implica, al final, dar todo el amor que se tiene a un niño que lo merece y del que no se puede hacer cargo, por los motivos que sean, su familia biológica. 

Si os planteáis adoptar, o ya lo habéis hecho y necesitáis orientación profesional, no dudéis en poneros en contacto con Martínez Bardaji psicología y salud. 

martes, 11 de octubre de 2016

Rabietas infantiles: ¿Qué son, por qué surgen y cómo gestionarlas?

Todas las madres y padres sabrán en primera plana lo que son las rabietas y los berrinches en los más pequeños. Se trata de episodios en los que los niños expresan una gran cantidad de frustración e ira de manera muy llamativa, generando situaciones poco agradables tanto para los padres como para los niños que las tienen.
Estas rabietas comienzan a aparecer alrededor de los 2 años y pueden mantenerse hasta los 5-6, desapareciendo gradualmente con el tiempo a medida en que aprenden a gestionarse (y si no hay nada que les haga aprender que les sirven de algo). En un primer momento, surgen como modo de expresión de la frustración en un momento en el que no saben cómo hacerlo porque o bien no tienen capacidad de control, o bien no son capaces de expresar sus emociones mediante el lenguaje. Al principio, esto se debería a la etapa madurativa en la que se encuentran, ya que todavía no han podido desarrollar capacidades de racionalización e inhibición suficientes como para actuar de otra manera.
Generalmente, las pataletas se originan en situaciones en las que los niños no son capaces de acceder a sus deseos más inmediatos o cuando no se les deja hacer algo que quieren “ya”. La situación de espera genera esa frustración de la que hablamos anteriormente y que no saben canalizar todavía. Además, especialmente a los 2-3 años, los niños demandan más independencia y cuando algo no les sale porque todavía no tienen las habilidades necesarias sienten impotencia y se frustran; e intentar hacerlo por ellos puede desencadenar una rabieta, contrario a la intuición del adulto. Otros aspectos como el miedo a perder el afecto de los padres en algunas situaciones concretas pueden desatar estos estallidos de rabia. Por último, cabe destacar que en los más pequeños no ser capaces de comunicar adecuadamente una necesidad, algo que necesitan, puede generar también una rabieta.
Las rabietas resultan especialmente molestas para las personas de alrededor pero debemos considerar que también lo son para el propio niño, pueden acabar suponiendo para ellos y ellas un cierto estado de ansiedad. En el caso de situaciones en las que incluso tras ceder a sus deseos la pataleta no cede y no calma su desasosiego, estaríamos hablando de un considerable grado de ansiedad que podría acabar siendo problemático.
Sea como sea, tenemos que aprender a ver qué 1) las rabietas son algo normal durante los primeros años de vida y 2) como padres hay que aprender a gestionar las rabietas para que pasen dentro de la normalidad y no se vuelvan funcionales, en cuyo caso podrían verse mantenidas. En un primer momento y salvo que consiga algo de ellas, no lo hacen por fastidiar o desafiar. Eso ocurriría si les damos motivos para que tengan esta función.
Con respecto a esto último, comentamos a qué nos referimos. Si bien tienen su origen como expresión de la frustración cuando no conocen otro medio, pueden continuar ocurriendo si el niño ve que le sirven para algo. Cuando tener pataletas les permite conseguir lo que quieren, ya sea en forma de juguetes, de librarse de algo, de atención o cualquier otro elemento que deseen, las pataletas no solo tendrán esa función expresiva sino que se convertirán en un instrumento que emplearán a gusto. Van a comenzar a emplearlas para llamar nuestra atención, manipular nuestras decisiones o lograr que le demos algo que desean.
Llegados a este punto… ¿Qué puedo hacer yo como padre o madre frente a una rabieta?


  • Asegúrate de que el niño no se hace daño: Mantenerle seguro si le da un ataque o arranque de rabia es primordial, no podemos llegar al extremo de que se golpee, de patadas, arañe… Si está en un lugar en el que corre algún riesgo físico, se le llevará a otro lugar más seguro y le diremos que estaremos allí hasta que nos calmemos. Ahora bien, ojo con enviarle a la cama o al cuarto de juegos. En ese caso, sin querer podemos estar recompensando la conducta porque le mandamos donde tiene todo lo que le gusta hacer…
  • Conserva la calma, no grites ni te muestres alterado/a: Aunque parezca imposible. Debemos dar ejemplo manteniendo el control y sin dejarnos llevar por nuestros impulsos. Además, si entramos a discutir estamos prolongando sin querer la pataleta, ya que alimentamos el estado de activación e ira que de lo contrario bajaría por sí solo.
  • Cuidado con condicionar nuestro cariño a que se calmen: En ocasiones puede llegar a decirse “no te querré si haces eso” o “estás haciendo el ridículo” y grabándose en la memoria de los más pequeños si esta situación se mantiene.
  • No intentar hacer entrar en razón hasta que no “pase la tormenta”: mientras este en el momento álgido de la rabieta no lograremos nada. A medida en que se calme, ya abordaremos la situación conectando con sus emociones y elaborando lo ocurrido
  • Háblale con seguridad y mirando a los ojos: acuclíllate, ponte a su altura y mírale de tú a tú. Manteniendo el respeto, mírale hasta que mantenga la mirada para poder dialogar.
  • Espera a que se tranquilice solo: Si no logras nada hablando, esperaremos a que se calme solo. Sin atender a la rabieta hasta que se calme (por supuesto y de nuevo atendiendo a que no se haga daño).
  • Abordar el enfado cuando se halla calmado: alabando lo bien que ha logrado calmarse (ojo aquí, alabar el comportamiento en lugar de decir “qué bueno eres ahora” o similares). En este momento, abordaremos conjuntamente qué ha ocurrido y por qué, reflejando la emoción y conectando con ella (veo que estás enfadado por lo que ha ocurrido… Es normal cuando te molestas, pero ¿qué otra cosa podríamos hacer para que no ocurra?)
  • No recompenses ni castigues por una rabieta: Está bien hacerle llegar que la rabieta es terrible para él o ella y que comprendemos su sufrimiento. Pero no premiar ni castigar la rabieta ya que empezaremos a mantenerlas sin querer. Que no se salga con la suya pero tampoco alimentemos que es “malo” o “mala”. Transmitir comprensión y conexión con su sufrimiento aunque te mantengas firme sin ceder.
  • No temas las rabietas en público: Si tenemos excesivo cuidado o evitamos ir a determinados lugares por miedo a la pataleta el niño o niña se va a percatar y podría emplearlas como instrumento cuando no quiera ir a algún sitio.
  • Sé fuerte: si antes cedías a los deseos del niño o niña frente a una rabieta y dejas de hacerlo es probable que por un tiempo estas cobren más intensidad. Siempre procurando que no se haga daño, por supuesto, sigue las anteriores directrices y procura mantener tu autocontrol aunque resulte complicado.


Finalmente, cabe destacar que no sería realista esperar que un niño no tenga rabietas. Es un niño e incluso por muy bien que las gestionemos las seguirá teniendo durante un tiempo, es algo natural y una manera de expresión de la frustración cuando todavía no tienen medios para hacerlo de otra manera. Pedirle a un niño de 3 años que se gestione emocionalmente no es posible por el nivel madurativo cerebral, en el que las áreas emocionales juegan un rol mucho mayor frente a las racionales ya que estas están en desarrollo todavía y le va a costar. No obstante, tanto si no sabemos como abordarlo como si creemos que existe algún problema de mayor gravedad o que se han podido mantener debido a nuestra actuación, puede ser de utilidad la ayuda profesional. 
Si crees que podría ser vuestro caso, desde Martinez Bardaji psicología podemos ayudaros a ver cómo abordar estas rabietas, examinar por qué se producen o surgen y ayudaros en su gestión. 


viernes, 2 de septiembre de 2016

Burlas infantiles: cómo ayudar a niños y niñas a gestionarlas

Cualquier persona durante su infancia ha podido ser objeto de burlas en algún momento. Por ello, todos son capaces de percibir el impacto que pueden llegar a tener sobre una persona, incluso en momentos aislados. Del mismo modo, todos los niños son capaces de burlarse de otros y lo harán en algún momento. Ahora bien, mientras que algunos lo harán en momentos más aislados otros se convertirán en niños “burlones” que tienen estas conductas de manera habitual.

¿Por qué un niño se burla de otro?
Que un niño se burle de otro puede deberse a varias causas. Antes de nada cabe destacar que durante la infancia las burlas pueden darse, en primera instancia, a que todavía no se ha desarrollado del todo la capacidad de ser empáticos y ponerse en el lugar del otro. Por tanto, no tiene la capacidad de medir el impacto emocional que una burla puede tener sobre otra persona e incrementa la probabilidad de que se comporten de este modo. El desarrollo madurativo del cerebro es progresivo y hay puntos en los que los niños todavía no están preparados para desarrollar la capacidad de ponerse en el lugar del otro.
Tras los primeros años de vida se van adquiriendo estas capacidades y en este punto, serán elementos como  el contexto y características individuales (que también influirían en los años anteriores a pesar de todo) las que tendrán mayor papel determinante en estas conductas. Aspectos que pueden favorecer que un niño se burle de otro serán:
  • La imitación cuando crece en un contexto en el que observa comportamientos agresivos, físicos y/o verbales hacia otras personas.
  • Haber sufrido burlas, en cuyo caso la autoestima estará afectada y emplearán la burla como método de defensa.
  • Buscar aceptación y apoyo de un grupo, creyendo que será más fácil si muestra superioridad frente a otros niños o niñas.
  • Buscar atención de los iguales o figuras adultas (maestros, familiares)
  • Buscar un sentimiento de superioridad que emerge de sentimientos de inferioridad y baja autoestima.
  • Tener celos o envidia del niño objetivo de burlas por algo en concreto.

¿Qué efectos tienen las burlas y humillaciones?
Se dice que las burlas y las humillaciones duelen y ese dolor es real. Investigaciones recientes han encontrado que la humillación es una de las emociones que el ser humano vive con mayor intensidad, más incluso que la alegría o la ira. De hecho, a nivel cerebral se ha encontrado que las humillaciones activan algunas de las conexiones neuronales relacionadas con la percepción del dolor, acertamos empleando esa palabra. Considerando este gran impacto que pueden tener las burlas a nivel cerebral, sobre todo cuando se perciben como humillaciones, es comprensible que mantenidas en la infancia tengan consecuencias posteriores en la adultez (ya sea en forma de inseguridades, sentimientos de inferioridad o agresividad reactiva).
Casi todos los niños tienen que hacer frente a burlas en algún punto de su vida (ya vengan de compañeros de clase, amigos, hermanos, primos…) pero esto no quiere decir que todos sepan cómo manejarlas ni que a todos les afecten por igual.  Serán más vulnerables a los efectos de las burlas y a sufrirlas aquellos niños que:
  • Se perciben diferentes a los demás (por ejemplo niños con sobrepeso, que no se han desarrollado a la par que sus iguales, niños con defectos físicos…)
  • Niños que actúan de manera diferente a los demás (por ejemplo si sufre de tartamudeo o habla con un acento que los demás puedan percibir como extraño)
  • No saben cómo reaccionar frente a las burlas

La reacción que tengan supondrá un punto de inflexión en cuanto a si la situación se mantendrá o no en el tiempo y en cuanto a cómo de aversivo será el impacto emocional en el niño. Además, debemos tener en cuenta que pueden darse en cualquier entorno a pesar de los esfuerzos tanto por parte de familia como de la escuela. De ahí la importancia de que ayudemos a los más peques a generar unos recursos básicos que les permitan afrontar estas situaciones.

¿Qué puede hacer la familia para ayudar a los niños a gestionar las burlas?
Antes de nada, cuando hay burlas debemos examinar qué está sucediendo.  Descubrir si está siendo víctima de ellas por algo en concreto (un componente físico, alguna conducta diferente a los demás, si el niño o niña está haciendo algo que las provoque…) y si se trata de algo aislado o estamos hablando de una situación mantenida en el tiempo. En este último caso hablaríamos de acoso y deberíamos ponernos en contacto con la escuela cuanto antes.
Posteriormente, podemos instruir al niño o niña en la gestión de las burlas:
  • Enseñarle a ignorar las burlas: Explicar que sólo eso puede hacer que desaparezcan, que cuando los burlones se dan cuenta de que lo que dicen no tienen el efecto deseado (producir enfado o vergüenza, hacer daño) dejan de hacerlo. Como se lleva diciendo tantísimos años, “a palabras necias oídos sordos” y “dos no se pelean si uno no quiere”.
  • Enseñarle a responder con rapidez e ingenio para “desarmar” al burlón. Lo que se consigue así es dejar perplejo al otro, confundirle y mostrarle que la burla no ha tenido efecto. Por ejemplo, cuando a un niño o niña le llaman cuatro ojos, le podemos proponer que responda: “gracias por darte cuenta de las gafas, ¿a que son bonitas?”.
  • Inculcar el sentido del humor y la habilidad de reírse de sí mismos, de manera que puedan emplearlo como recurso a la hora de responder de manera ingeniosa a las burlas. Además, minimizará su impacto.  
  • Si la burla viene por un defecto físico que no se puede corregir, el primer paso parte en ayudar al niño a aceptar esa situación. Ponerle ejemplos de otras personas que sean igual y lo hayan superado es bueno. Si interioriza ese defecto y lo acepta va a cambiar en gran medida la marca emocional que puedan producir las burlas.
  • Fomentar su sentimiento de control y manejo de la situación: proponer la solución activa de problemas. Plantearle al niño que cómo se le ocurre que pueda manejarlo, qué podría contestar para dar una respuesta ingeniosa…  
  • Enseñarle que pedir ayuda no es malo y que lo haga cuando la necesite. Hay que enseñarles que pedir ayuda demuestra también valentía. Esto es de gran importancia, deben sentirse apoyados y protegidos en todo momento y además así prevendremos que pueda llegar a una situación de acoso. Poniendo ejemplos de nosotros mismos en la infancia, de momentos en los que hemos pedido ayuda, podría resultar más fácil que se atrevan a hacerlo.
  • Educar en asertividad: tener la capacidad de responder a las burlas de manera asertiva puede ayudarles en gran medida a gestionarlas de manera óptima.
  • Fomentar que tenga un círculo de amistades positivo, animándole a compartir tiempo con otros niños: que el niño o niña tenga un círculo social de iguales en los que se relaciona adecuadamente mitigará el impacto emocional de las burlas. Además, si tiene un círculo o red de apoyo es menos probable que los niños “burlones” le tomen como objetivo.

Además, es de gran importancia que los padres muestren una gran comprensividad frente a estas situaciones. Es tarea de los padres escuchar al niño o niña y validar las emociones que está teniendo. Es lógico y correcto que una burla le afecte, lo que no debemos hacer es negar que se sienta así o decirle “seguro que no ha sido para tanto”. Mostrar empatía y comprensión ayudará a gestionar el impacto emocional de la burla, se sentirá apoyado minimizando el impacto negativo.

Por último, debemos recordar que además de mostrar apoyo y dar recursos, deberemos atender siempre al por qué está ocurriendo y si es aislado o se mantiene. De nuevo recalcamos que esta situación si se mantiene podría derivar en acoso, momento en el cual hay que comunicarlo de manera inmediata al centro escolar para abordarlo a la mayor prontitud. Ninguna manera de agresión o acoso es – ni debería ser – tolerable. 

lunes, 29 de agosto de 2016

Celos infantiles: ¿En qué consisten y como podemos abordarlos?

Los celos infantiles son habituales entre hermanos y surgen por el miedo a perder (o ver reducida) la atención y el cariño de los padres, percibiendo al hermano o hermana como un rival.  Que un niño responda de manera celosa, si de verdad cree que va a perder atención de sus padres es comprensible. Ahora bien, no tiene por qué derivar en un problema, ya que en muchas ocasiones los celos se disipan por sí solos. En caso de que esta situación de celos se mantenga, sí que puede acarrear consecuencias psicológicas negativas y generar en él o ella: frustración, angustia, ansiedad y/o una baja autoestima, entre otros. Además, puede desarrollar resentimiento y envidia secundarios a los celos, hacia el hermano o hermana foco de ellos. Cuando estos celos son persistentes, se irán incrementando y llegarán a alterar la convivencia y dinámica familiar, pudiendo hacer necesaria algún tipo de intervención.    

¿En qué situaciones pueden aparecer los celos infantiles?
La escena más común en la que pueden aparecer los celos es la llegada de un nuevo hermanito o hermanita al hogar. En este caso, el hermano mayor puede percibir que toda la atención se está centrando en los cuidados del nuevo bebé, mientras que antes era el “rey o reina de la casa”.  Además,  puede percibir cambios en la conducta de los padres (sobre todo en la madre, si está más cansada, si tiene cambios en su estado anímico…) y puede atribuirlo al nuevo bebé, generando resentimiento al culparle y favoreciendo los celos.
Otra situación que puede disparar la aparición de celos infantiles son los favoritismos y las preferencias, tanto si son manifiestos (alguno de los padres lo expresa abiertamente) como si únicamente son percibidos por el niño (lo que podría ocurrir si percibe muchas comparaciones, como por ejemplo: “Mira a tu hermana, ella saca muy buenas notas… / Fíjate en lo responsable que es tu hermano, ya podrías hacer lo mismo…”).
A esto debe añadirse que los sentimientos de inseguridad e inadaptación en la infancia, además de venir de la mano de otros problemas emocionales, pueden favorecer que aparezcan celos hacia el hermano o hermana. Un niño inseguro  puede tender a la envidia hacia los demás, lo que si se compara entre hermanos y se promueve esa “competitividad” podrá desencadenar en una situación de celos.  

¿Por qué en algunos niños los celos se vuelven problemáticos?
Diversos factores pueden influir en el desarrollo de celos infantiles problemáticos. Algunos componentes individuales y temperamentales, como  una gran sensibilidad o niños con esquemas muy rígidos y poca tolerancia a los cambios se pueden relacionar. También se ha propuesto que si el niño está en una fase crítica de la formación del apego, tendrá más posibilidades de desarrollar celos problemáticos.
El estilo educativo en casa puede influir directamente. El entorno idóneo para evitar los celos es abierto, basado en la comunicación y con una igualdad de trato hacia los hijos de este sistema (mostrar el mismo afecto, sin comparar, destacando lo mejor de cada uno…). En relación con esto, la dinámica familiar que se genera cuando comienzan los celos va a tener importancia. Cuando un niño o niña es celoso va a tender a mostrar comportamientos disruptivos, irritabilidad, agresividad hacia la madre/padre (más común hacia la madre) y/o el hermano o hermana y conductas regresivas entre otros. Al responder a estos comportamientos, aunque sea con “regañinas”, castigos, etc, se le está prestando atención al niño o niña: una atención que veía peligrar y era el motivo principal por el que desarrolla celos. De esta manera, se le está reforzando que se comporte así y se mantienen los celos. La atención a las conductas celosas que el niño o niña realizan, sea del tipo que sea, va a fomentar que los celos se consoliden y/o empeoren.

¿A qué señales de alarma debo atender?
Hasta ahora hemos hablado de en qué consisten y cómo se mantienen los celos en la infancia. En esta etapa, hay ciertos comportamientos que si aparecen justo tras la llegada de un nuevo bebé pueden servirnos de alarma y deberemos atender a si se trata de celos infantiles u otro problema. Los principales comportamientos a los que debemos atender son:
  • Incremento en el nivel de desobediencia y/o actitud desafiante ante los padres, oposicionismo.
  • Cambios de humor repentinos y en apariencia injustificados, lloros. Manifestaciones de no sentirse querido/atendido.
  • Incremento en la irritabilidad, mayor terquedad.
  • Agresividad hacia la madre o padre (lo más habitual es hacia la madre) y posteriormente hacia el hermano/a.
  • Comportamientos regresivos: vuelve a hacerse pipi o caca, se chupa el dedo cuando ya no lo hacía, vuelve a hablar como si fuese un niño de menor edad…  
  • Alteraciones en el apetito y/o el sueño
  • Negación sistemática de los errores propios, culpando siempre a otro (generalmente el hermano)
  • Aparición de conductas de tipo ritual que antes no estaban (no obstante, ojo en este caso, ya que las conductas de tipo ritual podrían deberse a otros motivos muy diferentes a los celos).

Todos estos comportamientos son algunas señales de alarma de los celos infantiles. No obstante no quiere decir que sí o sí sean debidos a celos y cabría valorar si se deben a otro tipo de problema.

¿Cómo se pueden manejar los celos infantiles?
El mejor abordaje es la prevención. Esto es, si va a nacer un nuevo bebé en casa, anticipar al niño/a o niños/as que va a ocurrir

  • Implicar al niño desde el inicio, comunicándole que va a haber un nuevo miembro en la familia pero que los querrán a ambos por igual.
  • Aislar al niño de la madre el menor tiempo posible dentro de las circunstancias.
  • Anticiparle que el nuevo bebé requerirá más cuidados pero que no por eso lo querrán más ni menos. Incluso, planificar cómo podría ayudar cuando llegue el bebé. En este contexto, es bueno implicar en cierta medida al hermano/a mayor en el cuidado del recién llegado, implicarle con él, fomentando su ilusión. Además, implicarlo en los cuidados del pequeño fomentará el vínculo positivo con padres  y bebé.

Oras indicaciones que pueden servir tanto como para prevenir como para comenzar a actuar en caso de que estén apareciendo ya celos son las siguientes:
  • Pasar tiempo con el/la niño/a: Compartir todos los días un momento únicamente padre-hijo/a o madre-hijo/a, exclusivo para él/ella. Si en un momento dado no se le puede atender, se le anticipará que jugaremos con el después porque ahora tenemos que cuidar a su hermano/a, pero que lo haremos.
  • Reforzar comportamientos que impliquen cooperación, afecto o cuidado hacia el/la hermano/a: esto quiere decir que cuando el niño se comporte bien con su hermano/a, le cuide, jueguen juntos, coopere… Se le hará saber que lo hemos visto y se le alabará por ello. Por ejemplo, si cuando todavía es bebé el hermano o hermana mayor nos ayuda a bañarle, le diremos lo bien que lo ha hecho y lo que se lo agradecemos.  
  • Emplear modificación de conducta: Esto quiere decir, extinguir los comportamientos que tengan que ver con los celos (dejando de prestar atención) a la par que reforzamos comportamientos alternativos (prestar atención y elogiar al niño cuando por ejemplo, ayuda en los cuidados del hermano o hermana pequeño). Un buen manejo desde la modificación de conducta, con ayuda profesional cuando sea necesario, tiene buenos resultados para acabar con la conducta celotípica en los niños. 
  • No comparar y generar equilibrio entre hermanos: comparar nunca es buena técnica y menos entre hermanos. Con ello se conseguirá que uno se sienta inferior al otro y podría llevar a resentimiento y rivalidad entre ambos. En cambio, fomentar la autoconfianza reforzando de manera diferencial lo bueno de cada uno permitirá que ambos se desarrollen como son, sin afectar al vínculo entre hermanos. Esto se haría diciéndole a cada uno lo bueno que tienen, alabándolo y mostrando aceptación de estas características, aunque cada uno tenga una diferente.
  • Fomentar el tiempo en familia y juegos en familia: generando un vínculo positivo entre todos sus miembros.
  • Educar en valores de cooperación, solidaridad y altruismo: fomentar estos valores ayudará a incrementar la capacidad empática entre ellos y que se ayuden unos a otros. Podemos reforzar los momentos en los que cooperan y se ayudan para lograrlo.
  • CONOCER EL ORIGEN DE LOS CELOS: si aparecen celos y se mantienen en el tiempo, saber por qué supone un punto clave. Intentar comprender la situación por completo del niño o niña y por qué han podido surgir, por qué ha podido desarrollarlos y mantenerlos, es un punto clave para establecer cómo manejarlos.

Por último, debemos tener en cuenta que la relación entre hermanos tiene su propio desarrollo. Es normal que en algunos puntos pueda haber mayor rivalidad y distanciamiento que, con el tiempo y salvo que se den situaciones problemáticas, podrá generar en mayor complicidad y amistad entre ellos.  

Si crees que podrías estar viviendo una situación de celos infantiles problemáticos en casa, puedes ponerte en contacto con nosotras y te orientaremos para tu caso en particular.


¡Estaremos encantadas de ayudaros!

martes, 19 de julio de 2016

Disciplina positiva: pautas para educar a nuestros hijos

Estamos en pleno verano y los más pequeños de la casa tienen una gran cantidad de tiempo libre. Pasamos mucho tiempo con ellos y es fácil que nos aborden dudas acerca de cómo educarles de la mejor manera posible. De hecho, esta es una de las tareas más complicadas a la que nos podemos enfrentar a lo largo de nuestra vida y debemos cargarnos de buena voluntad y muuucha paciencia.

Es probable que a lo largo de los años, preocupados por este tema, os hayáis topado con pautas, libros, métodos educativos para generar disciplina en los niños. Entre ellos, la disciplina positiva, basada en los presupuestos de los psicólogos Alfred Adler y Rudolf Dreikurs, fundamenta la educación de los niños en el respeto mutuo y la dignidad del ser humano. La propuesta educativa de esta corriente nos propone educar fomentando que los niños desarrollen estrategias y habilidades útiles para la vida. En este caso, los familiares actúan como guías y no como “impositores” de comportamiento. Desde esta filosofía se propone que nos basemos en el siguiente supuesto: educar con firmeza pero de modo amable. Es probable, que así de primeras no se nos ocurra cómo hacer ambas cosas conjuntamente. No obstante, puede hacerse. No es una tarea sencilla, pero a medida que cogemos la dinámica acabamos lográndolo con mayor facilidad. Para educar de este modo,  los niños deben percibir nuestro amor incondicional, así como comprensión y empatía. Pero a la vez, deben percibir que no vamos a ceder frente a las normas que hayamos generado, sin percibirlo tampoco como una imposición.  A continuación, damos algunas pautas que nos permitirán dar un paso en esta manera de educar, aplicable a diversas situaciones del día a día en la educación de nuestros hijos:
  • Conecta emocionalmente: Consigue que el niño o niña se sienta comprendido y pueda darle una etiqueta a sus emociones. Si está enfadado, dile: “sé que lo que ha ocurrido te ha enfadado…”. Si le ves triste, comunícaselo: “Pareces triste. ¿Quieres contarme qué ha ocurrido?”. Si ha hecho algo mal y por ello no va a tener un privilegio, mantente firme pero conecta: “Sé que te enfada/molesta que no bajemos al parque. Pero habíamos hablado que para ir tenías que acabar los deberes…”. Reflejar las emociones que sienten los más peques es una pieza clave para que se sientan comprendidos a pesar de que nos mantengamos firmes, y ayuda a que aprendan a identificar sus emociones desde la primera infancia.
  • Busca comprender por qué hacen las cosas: Cuando un niño o una niña haga algo que no debe, analiza los motivos que le han llevado a hacerlo. Si ha sido porque se sentía mal, si algo le ha llevado a ello o si solo se trata de una travesura infantil. Es importante que aprendamos a observar el comportamiento de los niños, para atender a cuando su mal comportamiento en realidad nos está queriendo decir algo.  
  • Comunícate de manera activa, clara y sencilla: Si quieres que haga algo, díselo mediante frases cortas y directas. Si en una misma frase le pides varias cosas, es probable que desconecte o “se le olvide por el camino” y al final, acabaremos enfadándonos nosotros. Además, atiende a cómo se lo comunicas. Si el niño o niña participa de lo que estamos diciendo, va a funcionar mejor que si le damos una orden directa. Esto es, en lugar de decirle “vete a dormir” podemos decir: “Son las 10. ¿Qué toca hacer ahora?”. Además, no te repitas. Cuando le dices una o dos veces algo, aunque en muchas ocasiones pueda parecer que no, se ha enterado. Si quiere lo hará y si no no, en cuyo caso último aplicaremos la consecuencia que toque. Si repetimos algo demasiadas veces, al final solo conseguiremos que, como coloquialmente se dice, “le entre por un oído y le salga por el otro”. Por supuesto, cualquier petición debe estar hecha desde el respeto. Son niños, pero merecen el mismo respeto que tendríamos frente a un adulto.  
  • Plantea alternativas: ¿Hay algo que quieres que tu hijo/a haga sí o sí pero que no sabes si saldrá de él/ella si empleamos las anteriores técnicas? Plantéale alternativas. Por ejemplo, si queremos que coma fruta de postre, dale a elegir: Es bueno comer fruta… ¿qué prefieres, pera o manzana? Si le decimos a un niño si prefiere levantarse a las 7:15 o a las 7:20 para ir al colegio, a efectos prácticos es similar que decirle nosotros la hora directamente. En cambio, el niño lo percibe como su elección. Es más sencillo que se comprometa con algo que ha elegido. Y cuando no quiera hacerlo siempre podemos recurrir a… “sé que no te apetece, pero lo pactamos así, ¿lo recuerdas?”, de nuevo, desde el cariño y respeto. Mediante las alternativas generamos una sensación de control, fomentamos la toma de decisiones y podemos aún así, seguir haciendo lo que queríamos.
  • Generad normas de funcionamiento en casa: En relación con su edad, los niños deben ir responsabilizándose de ciertas tareas (recoger los juguetes, hacerse la cama, poner la mesa…). Además, hay que generar normas de funcionamiento en el hogar que deben ser cumplidas. Pero a veces pecamos de pedirle a un niño que haga cosas sin explicarle el por qué, la finalidad de que lo haga… Y se percibe como una obligación “sin sentido”. Para favorecer que se comprometa con sus tareas, debemos pactar con el niño cuáles serán estas y hablar de por qué debe hacerlas. Además, “pactaremos” las nuestras, para que perciba reciprocidad. Generar una actitud positiva nos ayudará. Cuando pactamos las tareas, podemos hacer un póster conjuntamente con las tareas a realizar, podemos hacer carteles… Que estarán a la vista. Así si el niño no cumple su tarea, le podemos decir… “Creo que se te olvida algo… ¿qué te parece si miramos el poster de tareas, a ver qué nos tocaba hacer?”. Con tareas sencillas como esto, los niños se comprometerán en mayor medida. Y por supuesto, el tiempo que invertimos en la manualidad del poster permite compartir tiempo de manera positiva con ellos, fomentando la relación entre ambos.
  • No abuses de castigos ni de premios: los castigos pueden funcionar muy bien…  A corto plazo. Y lo mismo ocurre con los premios. Esto se debe a que el niño no acaba de comprender la dinámica de lo ocurrido. Ha hecho o dejado de hacer algo y tiene un castigo. Sí es cierto que tiene capacidad para asociar y comprender lo ocurrido, y se comportará bien durante un tiempo para evitar el castigo o para lograr el premio. Y en ocasiones vamos a tener que emplearlos, pero en el día a día podemos plantear una alternativa para no abusar de ellos: ya hemos generado normas de funcionamiento. Hemos pactado qué debe hacer y cómo debe comportarse. Añadiremos a ese “pacto”, que cumplir con las obligaciones le permitirá o no el acceso a una serie de privilegios. Le vamos a poner consecuencias a sus actos o no actos. Es decir, pactaremos que al parque se baja después de hacer los deberes. Que podrá comer una porción de chocolate después de haberse comido la fruta. Pero lo sabrá con antelación, sabrá qué consecuencia acompaña a su comportamiento, y no será algo “inesperado”.  Podemos recurrir cuando se comporte mal o no haga su tarea, que habíamos pactado que el parque era después de hacer la tarea. Y como no la ha hecho, no va. Pero si lo comprende funcionará de manera exponencialmente mejor que un castigo “a la manera habitual”.
  • Refuerza positivamente: Valora cuando hace las cosas bien y házselo saber. Si solo nos centramos en decir lo que hace mal pero no lo que hace bien, tampoco va a tener motivación para comportarse. Así que, cuando haga algo bien, díselo: “lo has hecho muy bien, genial; estoy orgullosa/o”. Refuerza los pequeños cambios: si suspendió varias asignaturas y ahora suspende menos, refuerza que haya aprobado varias, en lugar de centrarte en que todavía ha suspendido una. Eso sí. A la hora de reforzar tenemos que tener cuidado en como lo hacemos. No centres el refuerzo en cómo es el niño o niña, sino en la acción. No le digas “qué listo eres”, sino “te has esforzado y lo has hecho genial”. De lo contrario, tantos “qué listo” o “qué tonto”, “qué bueno” o “qué malo” podrían afectar a su autoconcepto y a cómo reacciona frente a logros y fracasos.
  • Permite que vivan las consecuencias inmediatas de sus actos: Errando se aprende. Tenemos que permitir a los niños que cometan errores, que se caigan. Que vivan lo que ocurre si no terminan de cenar un día (hambre) si no hacen los deberes (regañina). Que lo vivan para después, cuando nos lo cuenten, podamos ayudarle a gestionarlo y entenderlo. En ese momento, conectaremos emocionalmente y buscaremos juntos una explicación y soluciones a lo ocurrido.
  • Fomenta que solucione problemas por sí mismo/a: el día a día nos puede dar multitud de oportunidades. Para cada pequeño “problema” que surja, es muy probable que tendamos a darle la solución. Si discute con un amigo o amiga, le diremos que le pida disculpas o que hable con él/ella. Si se le cae el vaso de zumo de la merienda, igual le proponemos limpiarlo entre ambos. En cambio, podemos hacer algo muy sencillo en estas situaciones que va a disparar su capacidad resolutiva. Le podemos plantear: “Vaya, estarás triste por haber discutido…/vaya, se te ha caído el vaso y se ha manchado todo… ¿Qué se te ocurre que puedes hacer, cómo podemos solucionarlo?

Por supuesto, todo lo anterior constituye una serie de pautas. No quiere decir que sean reglas a aplicar siempre, ni que tengan un funcionamiento 100% infalible para el 100% de situaciones. Son pautas que nos van a ayudar a generar esa disciplina firme pero amable, la cual fomentará el bienestar y autonomía de los niños, la relación positiva, y todo ello permitiendo el establecimiento de una disciplina. Lo anterior nos permitirá, mostrando cariño, mantenernos firmes en las normas que planteamos. Por supuesto, es importante no ceder: si algo tiene una consecuencia la tendrá siempre, y debe haber coherencia entre los familiares más cercanos implicados en la educación del niño. Aplicar la misma disciplina. Los niños tienen mucha picardía y se pueden aprovechar si perciben inconsistencia.  

Además, para poder aplicar lo anterior de manera óptima, debemos tener en cuenta que necesitamos conocernos a nosotros mismos y generar autocontrol. No van a funcionarnos estas pautas si estamos muy enfadados y no hacemos más que gritar. Tenemos que estar calmados y hablar desde el respeto para poder aplicarlo. Por ello, entrenarnos en autocontrol es muy importante: contar hasta 10 antes de hablar, respirar profundamente, e incluso salirnos de la habitación unos segundos hasta que podamos hablar calmados será muy relevante. Si comenzamos a hablar con el niño o niña enfadados, este enfado solo se retroalimentará e irá incrementándose, como si subiésemos una escalera. Y llega un escalón en el que no podemos bajar.
Otro componente que debemos tener en cuenta, comentado al final pero primordial es el de generar una relación positiva con los niños. Pasar tiempo juntos, compartir momentos. Conversar por el placer de conversar. Dedicarles una cierta cantidad de tiempo, todos los días. Con ello favorecemos un vínculo positivo y es un componente base para el bienestar del niño o la niña, ya no solo para que nos haga caso.

Y sobre todo, tenemos que recordar que los niños, son niños. Aunque apliquemos el mejor método educativo al pie de la letra, aunque seamos padres ejemplares, se va a portar mal a veces. Van a desobedecer deliberadamente a veces. Van a hacer travesuras. Los niños todavía no tienen capacidades de razonamiento a nivel adulto, están desarrollándolas y no van a emitir un pensamiento completamente lógico y racional. No podemos culparlos, ni culparnos directamente a nosotros si a pesar de educar de la manera más efectiva se comportan como niños. Porque lo son.





martes, 24 de mayo de 2016

Padres separados; uno contra otro. Síndrome de alienación parental

En las últimas décadas, el modelo tradicional de familia ha asumido grandes cambios tanto en su dinámica como en su estructura y composición, dándose un enorme incremento de separaciones y divorcios.
Cuando hay hijos/as en común, lo ideal en una separación o divorcio es que la pareja aparque sus diferencias en todo lo relacionado con los niños/as. Ardua tarea: muchos padres separados no sólo no son capaces de cooperar por el bien y las necesidades de sus hijos, sino que los hacen partícipes de las disputas que ha generado la separación. Y es entonces cuando estos niños/as se ven inmersos en los problemas de los adultos, haciéndose partícipes en el conflicto, pasando a formar parte de las partes enfrentadas, y reproduciendo las disputas de sus padres.



Esto es lo que se conoce como el Síndrome de Alienación Parental, que según Richard Gardner (1985), se caracteriza por la censura, crítica y rechazo por parte de los hijos hacia uno de sus progenitores de modo injustificado y/o exagerado. Este concepto incluye el componente de lavado de cerebro, que implica que un progenitor, sistemática y conscientemente, 'programa' a los hijos en la descalificación hacia el otro.
La sintomatología que pueden presentar estos niños/as puede derivar en una aguda sensación de shock, de miedo intenso, y en un sentimiento de profunda confusión con consecuencias negativas tanto a nivel cognitivo, como conductual y emocional. Así mismo, estos niños/as presentan, a menudo, sentimientos de abandono y culpabilidad, rechazo, inseguridad, impotencia e indefensión, así como estados de ansiedad, depresión y conductas regresivas, disruptivas, trastornos en el sueño y en la alimentación, y problemas escolares.
Esta sintomatología puede verse incrementada cuando estos niños/as son forzados para participar en actos legales resultantes de la separación, donde sus sentimientos suelen ser utilizados como argumentos o ataques contra el otro progenitor. Sin duda alguna, esta situación repercute negativamente en el equilibrio emocional, y llega a ser de tal dimensión que las necesidades infantiles quedan relegadas a un segundo plano, pudiendo llegar a constituir un factor de riesgo de enfermedad mental en la infancia.
Con el objetivo primordial de promover y mantener el interés superior y bienestar del niño/a, es necesario intervenir en estos casos. Una intervención temprana en el Síndrome de Alienación Parental tendrá mayor probabilidad de ser exitosa, aunque es imprescindible el apoyo de los tribunales para garantizar, al menos, el inicio del trabajo terapéutico con estas familias. Además, no se debe privar al progenitor del contacto con sus hijos/as; si es necesario, se puede realizar el encuentro en condiciones controladas (con un equipo técnico en visitas supervisadas con acompañante terapéutico).  El uso de la mediación familiar también es un método eficaz para abordar el Síndrome de Alienación Parental cuando estemos hablando de casos leves o moderados. En este tipo de casos, los padres solicitan o aceptan la intervención de una tercera persona, el “mediador/a”, con la finalidad de llegar a acuerdos que les permitan reorganizar su relación como padres, clarificar e identificar los intereses en común, y, de esta forma, establecer una negociación que desemboque en acuerdos satisfactorios para toda la familia y de forma especial para los hijos/as.
Lo fundamental a fin de cuentas es NO OLVIDAR, en mayúsculas, QUE POR ENCIMA DE CUALQUIER OTRO INTERÉS DEBE PRIMAR EL INTERÉS DE LOS HIJOS/AS, DEBIENDO LOS PADRES VELAR POR ELLOS, E INTENTANDO POR DIFÍCIL QUE RESULTE EN ALGUNAS OCASIONES, SABER SEPARAR LOS CONFLICTOS DERIVADOS DEL DIVORCIO, CON LA CRIANZA Y EDUCACIÓN DE LOS HIJOS/AS.


viernes, 22 de abril de 2016

Bullying o acoso escolar

Cada vez son más numerosos los casos de acoso que se están detectando en los colegios. El acoso escolar, o bullying, no es una cuestión aislada; existe y tiene repercusiones negativas en el desarrollo y en el bienestar de los niños/as. Es por eso que no debe dejarse pasar por alto, a pesar de que todavía algunas personas consideren que es “cosa de niños”.

Pero… ¿Qué es el “bullying”? Cuando hablamos de bullying nos referimos a todas las formas de maltrato, intencionadas y sistemáticas, que ocurren sin motivación aparente, adoptadas por uno/a o más estudiantes contra otro/a u otros/as. El objetivo de este acoso se basa en el deseo de imponer el poder sobre el otro, de manera que mediante el sometimiento, la intimidación, el chantaje, y/o la amenaza, obtiene algo, eso sí, atentando contra la dignidad del niño/a y sus derechos fundamentales. Asimismo, hablar de acoso comporta tres elementos principales: un desequilibrio de poder entre acosador y acosado, ya sea real o percibido, la intencionalidad de la agresión, y la reiteración de este comportamiento agresivo. El acoso escolar, además, no abarca únicamente las agresiones entre iguales, es decir, se incluyen también las conductas de los niños/as mayores hacia otros/as de cursos inferiores, así como las conductas agresivas que entre compañeros que se producen fuera del colegio.

Dentro del acoso escolar no podemos hablar de un solo tipo; es más, con frecuencia se dan de forma simultánea el acoso físico (patadas, agresiones con objetos…), el acoso verbal (insultos, motes, menosprecios en público…), el acoso psicológico (mediante amenazas para provocar miedo), y/o el acoso social (exclusión y aislamiento progresivo del acosado).
Sea cual fuere, nos encontramos ante un problema global que afecta a todos los países, que se suele dar principalmente entre los 12 y los 16 años, y que como se ha apuntado anteriormente, tiene graves consecuencias psicológicas y sociales para los afectados, especialmente, cuando el acoso se prolonga en el tiempo. Nos referimos a consecuencias tales como:
  • Síntomas asociados al estrés continuado, como ansiedad, problemas para conciliar el sueño, irritabilidad, y ataques de ira sin que medie causa aparente que lo justifique.
  • Pérdida de autoestima, culpabilización, depresión, pérdida de apetito, anhedonia, y comportamientos de evitación de situaciones sociales, lo que le puede llevar a no querer salir de casa.
  • Somatización, como dolor de estómago, cabeza, náuseas y vómitos.
  • Pérdida de interés por realizar actividades relacionadas con el ámbito escolar, lo que conlleva una repercusión negativa en el rendimiento académico y en las calificaciones. 
Gestionar estas consecuencias de manera adecuada es primordial para evitar otro tipo de secuelas de mayor gravedad a más largo plazo. Por ello es fundamental abordar esta situación cuanto antes. En este sentido, la atención psicológica llevada a cabo por profesionales de la salud mental resultará de gran relevancia para las personas que están sufriendo bullying o lo han sufrido. A menudo el niño/a o adolescente puede sentirse avergonzado de lo que está sucediendo, escondiendo sus sentimientos y no deseando mostrar cuánto le está afectando la situación, pero es necesario cicatrizar esas heridas emocionales que se hayan producido.
Trabajar la autoestima y la imagen negativa de sí mismo/a, potenciar las habilidades sociales, y tratar la superación del trauma, serán algunos de los objetivos de la terapia psicológica. Asimismo, a finalizando destacando la importancia de una intervención conjunta con la familia, con el colegio y con la comunidad.