Cada vez son más numerosos los casos de acoso que se están
detectando en los colegios. El acoso escolar, o bullying, no es una cuestión aislada; existe y tiene repercusiones
negativas en el desarrollo y en el bienestar de los niños/as. Es por eso que no
debe dejarse pasar por alto, a pesar de que todavía algunas personas consideren
que es “cosa de niños”.
Pero… ¿Qué es
el “bullying”? Cuando hablamos de bullying nos referimos a todas las formas de maltrato, intencionadas y sistemáticas, que ocurren sin motivación aparente, adoptadas por uno/a o más estudiantes contra otro/a u otros/as. El objetivo de este acoso se basa en el deseo
de imponer el poder sobre el otro, de manera que mediante el sometimiento, la intimidación, el chantaje, y/o la
amenaza, obtiene algo, eso sí, atentando contra la dignidad del niño/a y sus
derechos fundamentales. Asimismo, hablar de acoso comporta tres elementos
principales: un desequilibrio de poder entre acosador y acosado, ya sea real o percibido,
la intencionalidad de la agresión, y la reiteración de este comportamiento
agresivo. El acoso escolar, además, no abarca únicamente las agresiones
entre iguales, es decir, se incluyen también las conductas de los niños/as
mayores hacia otros/as de cursos inferiores, así como las conductas agresivas
que entre compañeros que se producen fuera del colegio.
Dentro del acoso escolar no
podemos hablar de un solo tipo; es más, con frecuencia se dan de forma
simultánea el acoso físico (patadas, agresiones con objetos…), el acoso verbal
(insultos, motes, menosprecios en público…), el acoso psicológico (mediante
amenazas para provocar miedo), y/o el acoso social (exclusión y aislamiento
progresivo del acosado).
Sea cual fuere, nos encontramos
ante un problema global que afecta a
todos los países, que se suele dar principalmente entre los 12 y los 16 años, y
que como se ha apuntado anteriormente, tiene graves consecuencias psicológicas
y sociales para los afectados, especialmente, cuando el acoso se prolonga en el
tiempo. Nos referimos a consecuencias tales como:
- Síntomas asociados al estrés continuado, como ansiedad, problemas para conciliar el sueño, irritabilidad, y ataques de ira sin que medie causa aparente que lo justifique.
- Pérdida de autoestima, culpabilización, depresión, pérdida de apetito, anhedonia, y comportamientos de evitación de situaciones sociales, lo que le puede llevar a no querer salir de casa.
- Somatización, como dolor de estómago, cabeza, náuseas y vómitos.
- Pérdida de interés por realizar actividades relacionadas con el ámbito escolar, lo que conlleva una repercusión negativa en el rendimiento académico y en las calificaciones.
Gestionar estas consecuencias de manera adecuada
es primordial para evitar otro tipo de secuelas de mayor gravedad a más largo
plazo. Por ello es fundamental abordar esta situación cuanto antes. En este
sentido, la atención psicológica llevada a cabo por profesionales de la salud
mental resultará de gran relevancia para las personas que están sufriendo
bullying o lo han sufrido. A menudo el niño/a o adolescente puede sentirse
avergonzado de lo que está sucediendo, escondiendo sus sentimientos y no
deseando mostrar cuánto le está afectando la situación, pero es necesario
cicatrizar esas heridas emocionales que se hayan producido.
Trabajar la autoestima y la imagen negativa de sí
mismo/a, potenciar las habilidades sociales, y tratar la superación del trauma,
serán algunos de los objetivos de la terapia psicológica. Asimismo, a
finalizando destacando la importancia de una intervención conjunta con la
familia, con el colegio y con la comunidad.
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