martes, 19 de julio de 2016

Disciplina positiva: pautas para educar a nuestros hijos

Estamos en pleno verano y los más pequeños de la casa tienen una gran cantidad de tiempo libre. Pasamos mucho tiempo con ellos y es fácil que nos aborden dudas acerca de cómo educarles de la mejor manera posible. De hecho, esta es una de las tareas más complicadas a la que nos podemos enfrentar a lo largo de nuestra vida y debemos cargarnos de buena voluntad y muuucha paciencia.

Es probable que a lo largo de los años, preocupados por este tema, os hayáis topado con pautas, libros, métodos educativos para generar disciplina en los niños. Entre ellos, la disciplina positiva, basada en los presupuestos de los psicólogos Alfred Adler y Rudolf Dreikurs, fundamenta la educación de los niños en el respeto mutuo y la dignidad del ser humano. La propuesta educativa de esta corriente nos propone educar fomentando que los niños desarrollen estrategias y habilidades útiles para la vida. En este caso, los familiares actúan como guías y no como “impositores” de comportamiento. Desde esta filosofía se propone que nos basemos en el siguiente supuesto: educar con firmeza pero de modo amable. Es probable, que así de primeras no se nos ocurra cómo hacer ambas cosas conjuntamente. No obstante, puede hacerse. No es una tarea sencilla, pero a medida que cogemos la dinámica acabamos lográndolo con mayor facilidad. Para educar de este modo,  los niños deben percibir nuestro amor incondicional, así como comprensión y empatía. Pero a la vez, deben percibir que no vamos a ceder frente a las normas que hayamos generado, sin percibirlo tampoco como una imposición.  A continuación, damos algunas pautas que nos permitirán dar un paso en esta manera de educar, aplicable a diversas situaciones del día a día en la educación de nuestros hijos:
  • Conecta emocionalmente: Consigue que el niño o niña se sienta comprendido y pueda darle una etiqueta a sus emociones. Si está enfadado, dile: “sé que lo que ha ocurrido te ha enfadado…”. Si le ves triste, comunícaselo: “Pareces triste. ¿Quieres contarme qué ha ocurrido?”. Si ha hecho algo mal y por ello no va a tener un privilegio, mantente firme pero conecta: “Sé que te enfada/molesta que no bajemos al parque. Pero habíamos hablado que para ir tenías que acabar los deberes…”. Reflejar las emociones que sienten los más peques es una pieza clave para que se sientan comprendidos a pesar de que nos mantengamos firmes, y ayuda a que aprendan a identificar sus emociones desde la primera infancia.
  • Busca comprender por qué hacen las cosas: Cuando un niño o una niña haga algo que no debe, analiza los motivos que le han llevado a hacerlo. Si ha sido porque se sentía mal, si algo le ha llevado a ello o si solo se trata de una travesura infantil. Es importante que aprendamos a observar el comportamiento de los niños, para atender a cuando su mal comportamiento en realidad nos está queriendo decir algo.  
  • Comunícate de manera activa, clara y sencilla: Si quieres que haga algo, díselo mediante frases cortas y directas. Si en una misma frase le pides varias cosas, es probable que desconecte o “se le olvide por el camino” y al final, acabaremos enfadándonos nosotros. Además, atiende a cómo se lo comunicas. Si el niño o niña participa de lo que estamos diciendo, va a funcionar mejor que si le damos una orden directa. Esto es, en lugar de decirle “vete a dormir” podemos decir: “Son las 10. ¿Qué toca hacer ahora?”. Además, no te repitas. Cuando le dices una o dos veces algo, aunque en muchas ocasiones pueda parecer que no, se ha enterado. Si quiere lo hará y si no no, en cuyo caso último aplicaremos la consecuencia que toque. Si repetimos algo demasiadas veces, al final solo conseguiremos que, como coloquialmente se dice, “le entre por un oído y le salga por el otro”. Por supuesto, cualquier petición debe estar hecha desde el respeto. Son niños, pero merecen el mismo respeto que tendríamos frente a un adulto.  
  • Plantea alternativas: ¿Hay algo que quieres que tu hijo/a haga sí o sí pero que no sabes si saldrá de él/ella si empleamos las anteriores técnicas? Plantéale alternativas. Por ejemplo, si queremos que coma fruta de postre, dale a elegir: Es bueno comer fruta… ¿qué prefieres, pera o manzana? Si le decimos a un niño si prefiere levantarse a las 7:15 o a las 7:20 para ir al colegio, a efectos prácticos es similar que decirle nosotros la hora directamente. En cambio, el niño lo percibe como su elección. Es más sencillo que se comprometa con algo que ha elegido. Y cuando no quiera hacerlo siempre podemos recurrir a… “sé que no te apetece, pero lo pactamos así, ¿lo recuerdas?”, de nuevo, desde el cariño y respeto. Mediante las alternativas generamos una sensación de control, fomentamos la toma de decisiones y podemos aún así, seguir haciendo lo que queríamos.
  • Generad normas de funcionamiento en casa: En relación con su edad, los niños deben ir responsabilizándose de ciertas tareas (recoger los juguetes, hacerse la cama, poner la mesa…). Además, hay que generar normas de funcionamiento en el hogar que deben ser cumplidas. Pero a veces pecamos de pedirle a un niño que haga cosas sin explicarle el por qué, la finalidad de que lo haga… Y se percibe como una obligación “sin sentido”. Para favorecer que se comprometa con sus tareas, debemos pactar con el niño cuáles serán estas y hablar de por qué debe hacerlas. Además, “pactaremos” las nuestras, para que perciba reciprocidad. Generar una actitud positiva nos ayudará. Cuando pactamos las tareas, podemos hacer un póster conjuntamente con las tareas a realizar, podemos hacer carteles… Que estarán a la vista. Así si el niño no cumple su tarea, le podemos decir… “Creo que se te olvida algo… ¿qué te parece si miramos el poster de tareas, a ver qué nos tocaba hacer?”. Con tareas sencillas como esto, los niños se comprometerán en mayor medida. Y por supuesto, el tiempo que invertimos en la manualidad del poster permite compartir tiempo de manera positiva con ellos, fomentando la relación entre ambos.
  • No abuses de castigos ni de premios: los castigos pueden funcionar muy bien…  A corto plazo. Y lo mismo ocurre con los premios. Esto se debe a que el niño no acaba de comprender la dinámica de lo ocurrido. Ha hecho o dejado de hacer algo y tiene un castigo. Sí es cierto que tiene capacidad para asociar y comprender lo ocurrido, y se comportará bien durante un tiempo para evitar el castigo o para lograr el premio. Y en ocasiones vamos a tener que emplearlos, pero en el día a día podemos plantear una alternativa para no abusar de ellos: ya hemos generado normas de funcionamiento. Hemos pactado qué debe hacer y cómo debe comportarse. Añadiremos a ese “pacto”, que cumplir con las obligaciones le permitirá o no el acceso a una serie de privilegios. Le vamos a poner consecuencias a sus actos o no actos. Es decir, pactaremos que al parque se baja después de hacer los deberes. Que podrá comer una porción de chocolate después de haberse comido la fruta. Pero lo sabrá con antelación, sabrá qué consecuencia acompaña a su comportamiento, y no será algo “inesperado”.  Podemos recurrir cuando se comporte mal o no haga su tarea, que habíamos pactado que el parque era después de hacer la tarea. Y como no la ha hecho, no va. Pero si lo comprende funcionará de manera exponencialmente mejor que un castigo “a la manera habitual”.
  • Refuerza positivamente: Valora cuando hace las cosas bien y házselo saber. Si solo nos centramos en decir lo que hace mal pero no lo que hace bien, tampoco va a tener motivación para comportarse. Así que, cuando haga algo bien, díselo: “lo has hecho muy bien, genial; estoy orgullosa/o”. Refuerza los pequeños cambios: si suspendió varias asignaturas y ahora suspende menos, refuerza que haya aprobado varias, en lugar de centrarte en que todavía ha suspendido una. Eso sí. A la hora de reforzar tenemos que tener cuidado en como lo hacemos. No centres el refuerzo en cómo es el niño o niña, sino en la acción. No le digas “qué listo eres”, sino “te has esforzado y lo has hecho genial”. De lo contrario, tantos “qué listo” o “qué tonto”, “qué bueno” o “qué malo” podrían afectar a su autoconcepto y a cómo reacciona frente a logros y fracasos.
  • Permite que vivan las consecuencias inmediatas de sus actos: Errando se aprende. Tenemos que permitir a los niños que cometan errores, que se caigan. Que vivan lo que ocurre si no terminan de cenar un día (hambre) si no hacen los deberes (regañina). Que lo vivan para después, cuando nos lo cuenten, podamos ayudarle a gestionarlo y entenderlo. En ese momento, conectaremos emocionalmente y buscaremos juntos una explicación y soluciones a lo ocurrido.
  • Fomenta que solucione problemas por sí mismo/a: el día a día nos puede dar multitud de oportunidades. Para cada pequeño “problema” que surja, es muy probable que tendamos a darle la solución. Si discute con un amigo o amiga, le diremos que le pida disculpas o que hable con él/ella. Si se le cae el vaso de zumo de la merienda, igual le proponemos limpiarlo entre ambos. En cambio, podemos hacer algo muy sencillo en estas situaciones que va a disparar su capacidad resolutiva. Le podemos plantear: “Vaya, estarás triste por haber discutido…/vaya, se te ha caído el vaso y se ha manchado todo… ¿Qué se te ocurre que puedes hacer, cómo podemos solucionarlo?

Por supuesto, todo lo anterior constituye una serie de pautas. No quiere decir que sean reglas a aplicar siempre, ni que tengan un funcionamiento 100% infalible para el 100% de situaciones. Son pautas que nos van a ayudar a generar esa disciplina firme pero amable, la cual fomentará el bienestar y autonomía de los niños, la relación positiva, y todo ello permitiendo el establecimiento de una disciplina. Lo anterior nos permitirá, mostrando cariño, mantenernos firmes en las normas que planteamos. Por supuesto, es importante no ceder: si algo tiene una consecuencia la tendrá siempre, y debe haber coherencia entre los familiares más cercanos implicados en la educación del niño. Aplicar la misma disciplina. Los niños tienen mucha picardía y se pueden aprovechar si perciben inconsistencia.  

Además, para poder aplicar lo anterior de manera óptima, debemos tener en cuenta que necesitamos conocernos a nosotros mismos y generar autocontrol. No van a funcionarnos estas pautas si estamos muy enfadados y no hacemos más que gritar. Tenemos que estar calmados y hablar desde el respeto para poder aplicarlo. Por ello, entrenarnos en autocontrol es muy importante: contar hasta 10 antes de hablar, respirar profundamente, e incluso salirnos de la habitación unos segundos hasta que podamos hablar calmados será muy relevante. Si comenzamos a hablar con el niño o niña enfadados, este enfado solo se retroalimentará e irá incrementándose, como si subiésemos una escalera. Y llega un escalón en el que no podemos bajar.
Otro componente que debemos tener en cuenta, comentado al final pero primordial es el de generar una relación positiva con los niños. Pasar tiempo juntos, compartir momentos. Conversar por el placer de conversar. Dedicarles una cierta cantidad de tiempo, todos los días. Con ello favorecemos un vínculo positivo y es un componente base para el bienestar del niño o la niña, ya no solo para que nos haga caso.

Y sobre todo, tenemos que recordar que los niños, son niños. Aunque apliquemos el mejor método educativo al pie de la letra, aunque seamos padres ejemplares, se va a portar mal a veces. Van a desobedecer deliberadamente a veces. Van a hacer travesuras. Los niños todavía no tienen capacidades de razonamiento a nivel adulto, están desarrollándolas y no van a emitir un pensamiento completamente lógico y racional. No podemos culparlos, ni culparnos directamente a nosotros si a pesar de educar de la manera más efectiva se comportan como niños. Porque lo son.