miércoles, 13 de febrero de 2013

INTELIGENCIA EMOCIONAL:DESARROLLARLA DESDE NIÑOS ( Parte I)


Miedo, asco, repulsa, indignación, afecto, esperanza, agobio, furia, aprensión, humillación, confusión, exasperación, desánimo, culpa, alegría, indiferencia, pesimismo, celos, deseo, decaimiento, euforia, tristeza, melancolía, desazón, inquietud,…. Éstas son algunas de la multitud de emociones que sentimos a lo largo, no sólo de nuestra vida, sino que en ocasiones, las sentimos en un solo día. Ahora bien, ¿cuántas palabras de las mencionadas usamos para nombrar nuestra emociones?. Normalmente sólo nos referimos a las básicas: tristeza, alegría, miedo, ira, asco y se nos olvida la enorme cantidad de vocabulario que tenemos para definir lo que sentimos e incluso no sabemos que eso que sentimos tiene una palabra “perfecta” para definirlo.

Parece que suspendemos en vocabulario emocional, algo que es importantísimo para desarrollar nuestra inteligencia emocional. Pero aquí se nos pueden plantear diferentes preguntas: ¿qué es eso de la inteligencia emocional?, ¿es algo que se desarrolla o se tiene de manera innata?, ¿Quiénes son inteligentes emocionalmente?. ¿tiene algo que ver con el cociente de inteligencia?... vamos a intentar responder a estas y otras cuestiones que a menudo nos hacen tanto pacientes adultos como papás de pacientes infantiles.

El término inteligencia emocional fue usado por Salovey y Mayer en 1990, haciendo referencia a las cualidades emocionales que pueden tener gran importancia para conseguir el éxito y entre ellas incluían cualidades como la empatía, la persistencia, la expresión y comprensión de emociones, la capacidad de resolver problemas, etc.

Posteriormente, Gardner, en su proyecto Spectrum, crea la teoría de las Inteligencias Múltiples, en el que critica las teorías clásicas de inteligencia que se centran en medir las capacidades lógico-matemáticas y lingüísticas y afirma que el ser humano tiene un gran repertorio de habilidades que deberíamos identificar a nivel individual para poder fomentar las habilidades naturales de cada persona. En un principio, habla de siete inteligencias que son naturales en el ser humano: la lingüística-verbal (expresión verbal), la musical,  la lógico-matemática, la espacial (orientación), la corporal-cinestésica, (deportes, uso de herramientas,..) la  intrapersonal (conocimiento de uno mismo) y la interpersonal (relación con los demás). Posteriormente incluyó una octava: la naturalista (estar en armonía con el ambiente). Las inteligencias intrapersonal e interpersonal, son las que compondrían la inteligencia emocional.

Esta idea de Gardner, fue retomada por Goleman en su famosísimo libro “La inteligencia emocional”, que ayudó en gran manera a consolidar las primeras teorías.

La educación tradicional ha dado gran importancia a los conocimientos científicos o académicos y normalmente, solemos pensar que un ingeniero, un médico, un empresario, son personas inteligentes pero  no solemos pensar lo mismo de un orfebre que tiene gran habilidad para trabajar el metal o un deportista de éxito, simplemente creemos que son habilidades físicas o naturales. Para Gardner, tan importante o más que resolver un problema matemático o interpretar una partitura, es saber relacionarse bien con los demás o conocerse bien a sí mismo, es decir, el éxito de una persona no sólo depende de su rendimiento académico o profesional, sino que también depende de su inteligencia emocional. Es más ¿a cuántos de nosotros cuando hablamos de ejecutivos de éxito, se nos viene a la cabeza una persona estresada, que se enfada en casa por pequeñas cosas, infeliz y egocéntrica?. O el “cerebrito” del instituto, que siempre saca sobresalientes pero que se siente aislado porque no sabe relacionarse con sus compañeros. Puede que sólo sean estereotipos o clichés, pero reflejan una clara falta de inteligencia emocional.

Algo que ejemplifica perfectamente esta importancia que se le ha dado tradicionalmente al rendimiento académico, lo podemos observar en un caso que nos llegó hace un tiempo a nuestra consulta; Juan (nombre ficticio), de 16 años, había sido hasta ese momento un chico alegre y estudioso, que solía sacar buenas  notas. De pronto, en la última evaluación, sus notas bajaron de manera alarmante y parecía que estaba un poco tristón. Los padres, preocupados por este bajo rendimiento escolar decidieron buscar ayuda profesional para intentar salvar el curso. Tras evaluar el caso, nos dimos cuenta de que Juan había sufrido un desengaño amoroso que hizo que se desmotivara en relación a los estudios y otras actividades. Pero sus padres sólo se dieron cuenta de que las notas bajaban, llegando Juan a comentar: “si no fuera porque ya no apruebo, no se habrían dado ni cuenta de que me pasaba algo”. Significativo, ¿no?.

¿Qué puede pasar si no educamos la Inteligencia Emocional? Las consecuencias son múltiples, y van desde hacer que los niños sean temerosos y tímidos hasta niños tiranos que no salen del egocentrismo natural de los primeros años de vida (creen que son el centro de todo lo que les rodea).

 

Debemos educar de tal manera que los niños reconozcan en sí mismos y en los demás la multitud de emociones que tiene el ser humano y por supuesto, tenemos que poner límites, es decir, enseñar al niño qué es lo que puede y no puede hacer. Pero habrá que tener cuidado, porque si somos demasiado autoritarios, podemos hacer que el niño sea una persona dependiente e insegura ya que espera que le digan qué es lo que tiene que hacer.

Otro punto importante en la Inteligencia Emocional es la empatía que es la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Si el niño no sabe reconocer, manejar y expresar sus sentimientos, muy difícilmente podrá entender el punto de vista de los demás, dificultando la comunicación y las relaciones sociales.

Todo esto va a depender del estilo educacional de los padres, de sus experiencias de vida, de la personalidad del niño, de los acontecimientos estresantes que pueda sufrir el niño, pero no debemos olvidar que los padres deben ser modelos de conducta para los hijos, lo que incluye la inteligencia emocional. Si nosotros no sabemos identificar nuestras emociones o nos sentimos frustrados ante pequeñas decepciones, no valoramos nuestros logros o no sabemos comunicarnos adecuadamente, ¿cómo podemos pretender que los niños lo hagan?. Así que el primer paso para poder educar estas habilidades en el niño es educarlas en nosotros mismos.

La Inteligencia Emocional tiene varios componentes, incluyendo la asertividad, la autoestima y el autocontrol; iremos acercándonos a cada uno de estos puntos en posteriores artículos, de momento, quedémonos con la definición que el gran filósofo español José Antonio Marina, hace de la inteligencia emocional: “ es una herramienta cuyo  principal objetivo es la búsqueda de la felicidad”.

 

 

 

 

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